NADA

Te espero. Es allí a donde voy. En la punta de la palabra está la palaba
Clarice Lispector

Nada, la nada es oscura, es fría, desapacible y pesada; sí, la nada es una carga pesada.
Ella lo cubre todo y acaba apoderándose de lo posible, que no surge si está presente la nada. Llega sigilosa en lo diario y te vacía de toda idea. Has de estar alerta para que no ocupe el lugar de lo vital, el lugar de los sueños; de las lunas recortadas en las laderas de las montañas.
Si llega la nada, mejor asomarse a un balcón para percibir el aire, la atmósfera infinita que, aunque nos sepa a vacío, no es cierto, es la consigna de sus aliados, que nos ensañaron a mirarlo así. El aire que respiras es el todo elevado al sentir. Percibir cómo penetra en los pulmones es suficiente para comenzar.
Y verás el balcón de enfrente y percibirás la vida tras las ventanas. Nadas al otro lado de la calle que posiblemente lleven tiempo huyendo de ella, nadie se libra de sus estratagemas.
La nada aniquila sin piedad los suspiros y los gozos, las risas y los llantos, lo blanco y lo negro. Ahuyenta a los espíritus de los colores que podrían ampararnos en la letanía de cada día y, vencedora, escapa con la paleta de nuestros deseos.
En mí, hoy, ya no hizo acopio de voluntades. Hoy le gané la partida a mi propia nada. Mi pluma la espantó, aunque mañana le veré de nuevo la cara cuando intente persuadirme de no ser, de continuar ejerciendo de lo que se espera de mí por el hecho de haber nacido en el lugar común de todos los seres de este planeta, en el vació que queda entre la inmensidad del universo y la grandeza de la visión desde esta cima.