Querida Doris...

"Las mujeres en general son apagadas de la memoria y después de la historia"
D. Lessing

No se si a base de contrastar tu propia experiencia y la de tus congéneres masculinos se te frunció el ceño. No sé si descubrir la insuficiencia de una sola vida para actuar en la ilusión de un cambio social, y a continuación sentir y decidir que se puede transformar a través de la palabra, hizo que se te olvidara la esperanza. No sé si la duda te hizo triste. Sólo sé que hoy, tu premio, es un poco el premio de todas, y se nos agranda, contigo, la sonrisa. Es el premio al reconocimiento de una forma de estar en la literatura. Sólo a once de vosotras, de los ciento seis premios Nobel literarios, se os ha galardonado. Con polémica, sí, como siempre, con polémica: Inmerecimiento, regalo, compasión y esas cosas… Sólo me falta oír el argumento de la discriminación positiva, otra supuesta concesión del poder omnisciente que otorga casi todo: los premios, los reconocimientos, la fama, la valía, y a veces hasta el honor.
Hoy es un buen momento para felicitarte, aunque sé que este es un premio más, el más mediático, el más glamuroso y conocido. Acumulas tantos, que este ha llegado a convertirse en “uno más” pero indiscutiblemente, del que más se habla, del que más se polemiza y el que, según a quien, no se perdona.
Pero es un premio del que se puede hacer bandera, símbolo de una conquista, la conquista de la literatura de compromiso, de la literatura de vivencias que tan bien sabemos hacer las mujeres. Sí, también los hombres, pero no se trivializa con ello, no es una moneda de cambio para sostener el silencio.
A tu edad y con tu inteligencia, debe de resbalarte tanta opinión de una élite reconocida intelectualmente, casualmente de críticos -sí, he dicho críticos- bien pensantes (Umberto Eco, Reich-Rannicki, Harold Bloom…) Lo verdaderamente importante es que nos refresca la ilusión a quienes escribimos desde un posicionamiento femenino ante el mundo, a quienes seguimos soñando con las sociedades igualitarias, a quienes no nos callan fácilmente los claroscuros del feminismo de salón, que tan bien saben practicar ciertos señores.
La primera vez que escuché hablar de Doris Lessing fue en letra de un internauta amigo; Lessing era su nick y se volcó en lindezas a cerca de la escritora y su obra, de su visión del mundo y de su lucha por los derechos humanos, en concreto los de las mujeres. Nunca se lo agradeceré suficiente, aunque nunca le perdonaré que desapareciera de las redes, después de haber hablado largamente con él tres o cinco tardes, o tal vez todo un verano. Hubiéramos tenido tanto que contarnos…Pero las relaciones en la red son así de efímeras y contradictorias. Menos mal que aun conservo su número en mi agenda telefónica.
La segunda vez que Doris vino a mi presente fue de la mano de mi amiga Pepa Roma, en una taberna de mi ciudad, tras un encuentro sobre Mujer y Literatura. Me la recomendaba como la escritora incipiente que era yo en esos momentos –bueno, aun creo que lo soy- para ser leída, para conocer su verbo y su persona, su voz narrativa y su punto de vista. Entonces sí intenté leer El cuaderno dorado, pero aquel fue un verano aciago que no me permitió más que iniciar “sus cuadernos” e identificarme con ella por ser también una escribidora de cuadernos diversos, ese material para repensar y recrear en momentos más sosegados -si es que existen esos momentos para quienes vivimos y sentimos y pensamos como escritoras-. No lo acabé.
Hoy, El cuaderno dorado está en primera fila de mis lecturas, ha venido a mí para ser leído definitivamente. Y es que, ya sabemos que un libro llama a ti hasta que no puedes dejar de leerlo. Sé que saldré más sabia a mi regreso. Después, llamaré a mi amigo David (Lessing) y a mi amiga Pepa.