COSAS DE GATOS


Se fue como lo hacen las horas de la tarde, cuando te has dado cuenta ya ha oscurecido. Apelé a nuestra complicidad y me confirmó que éramos unos extraños. Salió de mi vida con el sigilo de los cobardes, sin avisarme. La sorpresa debilita al contrario y ostenta la fuerza de quien toma la iniciativa del abandono.

No lo entendí en mucho tiempo, hasta que supe que el miedo se había instalado en su pobre persona, que su incapacidad para dar le había convertido en un déspota y que no soportaba mi serenidad ni mi sabor a fruta madura. Probablemente, con el tiempo, él también se había avergonzado de su estampida, pero cómo reconocer debilidad un hombre nacido y educado para ser infalible.
El futuro nos alcanzó a los dos, tal vez el resultado de un conjuro nos situó en lugares contiguos sin esperarlo. El calor y la conversación volvieron a fluir, desde el “qué hay” hasta el “hoy me siento mal”; de la anécdota a la confesión. Fue fácil, lo común no había dejado de serlo después de tantos años.

Me dijo que vendría a vivir conmigo, le dije que me había cambiado de casa. Me dijo que quería despertar siempre a mi lado, le dije que ya tenía gato. Me prometió tocar el piano para mí, le dejé claro que la música del silencio era lo único que necesitaba para escribir. Me dijo que entonces sólo me miraría, que me quería. Y a mi, todo me sonó a un anuncio de bombones.

Hoy no he visto en todo el día a mi gato, los tejados que bordean la terraza están nevados, como es tan descarado seguro que está acurrucado en cualquier chimenea de la vecindad. Esta noche volverá con esa carita amorosa que sabe poner, me mirará y en su lenguaje me dirá que me quiere, mientras pondrá su patita en la caja de bombones que esta mañana me ha sorprendido en la mesa de mi oficina, la querrá toda.
De SUEÑOS DE BOLSILLO, Jaén, 2007

NADA

Te espero. Es allí a donde voy. En la punta de la palabra está la palaba
Clarice Lispector

Nada, la nada es oscura, es fría, desapacible y pesada; sí, la nada es una carga pesada.
Ella lo cubre todo y acaba apoderándose de lo posible, que no surge si está presente la nada. Llega sigilosa en lo diario y te vacía de toda idea. Has de estar alerta para que no ocupe el lugar de lo vital, el lugar de los sueños; de las lunas recortadas en las laderas de las montañas.
Si llega la nada, mejor asomarse a un balcón para percibir el aire, la atmósfera infinita que, aunque nos sepa a vacío, no es cierto, es la consigna de sus aliados, que nos ensañaron a mirarlo así. El aire que respiras es el todo elevado al sentir. Percibir cómo penetra en los pulmones es suficiente para comenzar.
Y verás el balcón de enfrente y percibirás la vida tras las ventanas. Nadas al otro lado de la calle que posiblemente lleven tiempo huyendo de ella, nadie se libra de sus estratagemas.
La nada aniquila sin piedad los suspiros y los gozos, las risas y los llantos, lo blanco y lo negro. Ahuyenta a los espíritus de los colores que podrían ampararnos en la letanía de cada día y, vencedora, escapa con la paleta de nuestros deseos.
En mí, hoy, ya no hizo acopio de voluntades. Hoy le gané la partida a mi propia nada. Mi pluma la espantó, aunque mañana le veré de nuevo la cara cuando intente persuadirme de no ser, de continuar ejerciendo de lo que se espera de mí por el hecho de haber nacido en el lugar común de todos los seres de este planeta, en el vació que queda entre la inmensidad del universo y la grandeza de la visión desde esta cima.

Querida Doris...

"Las mujeres en general son apagadas de la memoria y después de la historia"
D. Lessing

No se si a base de contrastar tu propia experiencia y la de tus congéneres masculinos se te frunció el ceño. No sé si descubrir la insuficiencia de una sola vida para actuar en la ilusión de un cambio social, y a continuación sentir y decidir que se puede transformar a través de la palabra, hizo que se te olvidara la esperanza. No sé si la duda te hizo triste. Sólo sé que hoy, tu premio, es un poco el premio de todas, y se nos agranda, contigo, la sonrisa. Es el premio al reconocimiento de una forma de estar en la literatura. Sólo a once de vosotras, de los ciento seis premios Nobel literarios, se os ha galardonado. Con polémica, sí, como siempre, con polémica: Inmerecimiento, regalo, compasión y esas cosas… Sólo me falta oír el argumento de la discriminación positiva, otra supuesta concesión del poder omnisciente que otorga casi todo: los premios, los reconocimientos, la fama, la valía, y a veces hasta el honor.
Hoy es un buen momento para felicitarte, aunque sé que este es un premio más, el más mediático, el más glamuroso y conocido. Acumulas tantos, que este ha llegado a convertirse en “uno más” pero indiscutiblemente, del que más se habla, del que más se polemiza y el que, según a quien, no se perdona.
Pero es un premio del que se puede hacer bandera, símbolo de una conquista, la conquista de la literatura de compromiso, de la literatura de vivencias que tan bien sabemos hacer las mujeres. Sí, también los hombres, pero no se trivializa con ello, no es una moneda de cambio para sostener el silencio.
A tu edad y con tu inteligencia, debe de resbalarte tanta opinión de una élite reconocida intelectualmente, casualmente de críticos -sí, he dicho críticos- bien pensantes (Umberto Eco, Reich-Rannicki, Harold Bloom…) Lo verdaderamente importante es que nos refresca la ilusión a quienes escribimos desde un posicionamiento femenino ante el mundo, a quienes seguimos soñando con las sociedades igualitarias, a quienes no nos callan fácilmente los claroscuros del feminismo de salón, que tan bien saben practicar ciertos señores.
La primera vez que escuché hablar de Doris Lessing fue en letra de un internauta amigo; Lessing era su nick y se volcó en lindezas a cerca de la escritora y su obra, de su visión del mundo y de su lucha por los derechos humanos, en concreto los de las mujeres. Nunca se lo agradeceré suficiente, aunque nunca le perdonaré que desapareciera de las redes, después de haber hablado largamente con él tres o cinco tardes, o tal vez todo un verano. Hubiéramos tenido tanto que contarnos…Pero las relaciones en la red son así de efímeras y contradictorias. Menos mal que aun conservo su número en mi agenda telefónica.
La segunda vez que Doris vino a mi presente fue de la mano de mi amiga Pepa Roma, en una taberna de mi ciudad, tras un encuentro sobre Mujer y Literatura. Me la recomendaba como la escritora incipiente que era yo en esos momentos –bueno, aun creo que lo soy- para ser leída, para conocer su verbo y su persona, su voz narrativa y su punto de vista. Entonces sí intenté leer El cuaderno dorado, pero aquel fue un verano aciago que no me permitió más que iniciar “sus cuadernos” e identificarme con ella por ser también una escribidora de cuadernos diversos, ese material para repensar y recrear en momentos más sosegados -si es que existen esos momentos para quienes vivimos y sentimos y pensamos como escritoras-. No lo acabé.
Hoy, El cuaderno dorado está en primera fila de mis lecturas, ha venido a mí para ser leído definitivamente. Y es que, ya sabemos que un libro llama a ti hasta que no puedes dejar de leerlo. Sé que saldré más sabia a mi regreso. Después, llamaré a mi amigo David (Lessing) y a mi amiga Pepa.

PUNTO DE FUGA

"Solo en el espejo de otra vida semejante a la mía adquiero la certidumbre de mi realidad"
María Zambrano


Le dije a mi madre que creía que él era el hombre que más me convenía para casarme. Era todo lo bueno que se puede esperar, trabajaba y no bebía, miraba callado el discurrir de los días y a veces me sentía querida. Y es que ya era tarde para mí; si seguía esperando no me querría nadie.Ella me dijo que desde ahora en adelante tendría que dejar de usar tacones; aun con zapato plano yo era más mujer que él y eso no podía ser, debería disimularlo como fuera si no quería tener problemas para siempre.Sin pensarlo me bajé de todos mis zapatos de tacón y los guardé en el trastero para el recuerdo.
Anduve a ras del suelo y a su lado varias décadas, vi crecer a mi hija espléndida en altura como yo.El día que ella se casó con un chico de su nivel, quise ponerme mis tacones y soñar. Busqué en mi memoria y elegí los que armonizaban con mi vestido.Subí a ellos y el mundo me pareció pequeño, di unos pasos dentro de mi casa y el vértigo me paralizó. Lo intenté de nuevo, practiqué día y noche; subida a mi otero de piel gastada desde que amanecía, fui ganando seguridad.Salí a la calle erguida y señera; tuve otras vistas, otros parámetros para observar, para medir, para decidir. Miré a los ojos de la gente y no a sus barbillas, a las ramas vivaces de los árboles y no a sus invariables troncos.

Los balcones iluminados me eran más cercanos que los zaguanes ensombrecidos. Había olvidado ese paisaje, ¡hacía tanto tiempo que no caminaba desde arriba!Mi madre, una ancianita encorvada por el peso de los años y la tradición, me reprochó haber dejado a mi marido en semejante lugar el día de la boda de su única hija, bastante tenía con que la niña no le hubiera salido a él, me recordó.Después de un largo paseo reconfortante volví a casa, me esperaba allí el hombre que me había convenido tanto tiempo, sentado frente al televisor. Lo vi más pequeño que nunca, me miró y calló, como siempre. Me bajé de mis zapatos y habló sólo para decirme que había tirado todos los trastos antiguos de mi desván.Volví a calzarme con los únicos zapatos de tacón que me quedaron, salí de la casa que me empequeñeció y no regresé nunca más a esos recuerdos.


Publicado en CUÁNTO CUENTO Ed. Acumán

Vaya por delante...


La creación literaria, es un arte que nace cuando se repiensa la propia existencia. Quien tiene la valentía de reconocerla, revivirla y recrearla, la habilidad de transcribirla en palabras y seducir con ella, se convierte en escritor o escritora. Marguerite Yourcenat pensaba que no se podía ser tan insensato como para morir sin haber dado al menos una vuelta a tu propia cárcel.
Numerosos son los escritores y escritoras que antes o después acaban escribiendo sobre su infancia, su pasado más motivador o significativo; de su presente inmediato, en definitiva de su propio imaginario, el que configura su ser más profundo y que trae al presente para ser contrastado y mostrado. Quienes escribimos, en el fondo, estamos hablando de nosotros mismos, de nosotras mismas. Porque la visión del mundo que transmitimos se ha forjado a base de nuestra propia construcción y, si se es un ser honesto, de nuestra constante decosntrucción. Y deconstruirnos no es otra cosa que dotar de presente nuestra esencia, actualizar nuestro pasado, ser en este instante.
No se puede ser escritor, escritora, si no se cuestiona el orden preexistente, la literalidad asfixiante de lo cotidiano, si no se mira con ojos propios el devenir de nuestra realidad.
Escribir es poner en tela de juicio lo ya dado, es ver más allá de los ojos de la consciencia para dejar paso a la ideación sin prejuicios, al mundo mágico de los sentidos y las emociones. Para quienes escribimos, adentrarnos en esta aventura hace que consigamos que otros mundos se hagan posibles a través de la palabra.